Tipos de padres en los parques de bolas

Ha llegado la temporada de invierno, los parques atardecen casi desiertos de niños, con el eco atenuado de risas y gritos. Ha llegado la hora de las voces resonando tras las paredes de cristal, del olor a sudor, a leche agria y a palomitas rancias. Es el momento estrella de los parques de bolas. Welcome to the Jungle.

Puede parecer apetecible, soltemos a los niños en su jaula de juegos y disfrutemos de la charla y el café. Y sí, para muchos es así. Pero para otros el parque de bolas supone elevar el nivel de adrenalina en sangre hasta límites insospechados al ver al pipiolo deslizarse por ese tobogán mientras un pequeño se cruza por delante. De todo hay en la viña del Señor y los parques de bolas no van a ser menos, analicemos qué tipos de padres (y madres of course) nos vamos a encontrar.

El desaparecido. El otro día fuimos a pasar la tarde, los niños tenían que ir al baño y cuando llegamos había un niño de unos tres años sentado en el inodoro. Estaba solo, miré por fuera y nadie parecía pendiente. Le pregunté varias veces por su mamá, le dije si le ayudaba, pero nada, seguía feliz haciendo bolas con papel higiénico. Al final opté por pasar al de caballeros. Cuando salí el niño había desaparecido, no así su rastro ya que se oían las protestas por el embozo de papel en la taza. Todavía no se quienes eran sus padres, si es que había. Al niño lo volví a ver un par de veces andando despreocupadamente por la sala. Este sería el tipo número uno de padres, los que simplemente se desentienden de sus retoños según cruzan la puerta del local. Son más comunes de lo que creemos, de hecho el comentario de la camarera cuando le dije lo del niño del baño fue: “aquí los sueltan y se despreocupan”. Esto no tiene que ser necesariamente malo para el niño, a este en concreto se le veía feliz, no lloraba ni protestaba, “¿para qué?”-pensaría- “si no va a venir nadie…”

El guardaespaldas. Aquí tenemos al caso completamente opuesto al anterior. Cuando llegas al parque de bolas y ves a un padre atrapado en el tobogán, no lo dudes, es un guardaespaldas. Tarda menos que su hijo en quitarse los zapatos y allá que va con él: en la piscina de bolas, en los toboganes, al lado de la cama elástica… Al contrario que en el caso del Desaparecido aquí el niño suele llorar y protestar a la mínima. Y es que tener un guardaespaldas no te asegura que todo te vaya a ir bien en la vida, y si no que le pregunten a Whitney Houston.

El habla chucho que yo te escucho. “Mamá ¡mira!”, “Si, si, ya te veo…” dices mientras miras atentamente la pantalla de tu móvil. Aquí tenemos uno de los más comunes en los parques de bolas. No son un Desaparecido porque estar están, pero igual le suenan los mocos al primer niño que pasa por su lado que le pegan la bronca al suyo por no merendar con los restos del bocadillo aún en la mesa. Le ponen voluntad, de vez en cuando se levantan para ver si su hijo sigue localizado. Pero no nos engañemos, ellos van a la suya y confían que el parque de bolas les ofrezca ese rato de tranquilidad. Eso sí, como le pase algo a su niño, la lían.

El tenso. Este sería un guardaespaldas reformado, se puede reconocer incluso físicamente. Está en tensión y salta a la mínima que puede acechar algún peligro, como una liebre. No asimila que su niño de 8 años puede desenvolverse a la perfección sin su supervisión constante y suele salir con el cuello dislocado de tanto girarlo buscando a la criatura. Es el primero que llega en cuanto oye un lloro y ya que está consuela al afectado, aunque no sea el suyo. ¿No os pasa que a veces cuando llegáis a atender a vuestro hijo ya hay alguien haciéndolo? Ahí lo tenéis. Es también el primero que acude a mediar en las disputas y aunque parezca muy ecuánime, no lo dudes, tu hijo tiene todas las de perder.

El quisquilloso. A priori parece un padre normal, tomando su café, echándole un vistazo al niño de vez en cuando… hasta que hablas con él. En menos de dos minutos te va a enumerar todos los defectos del parque de bolas. Da igual que sea el más estupendo en el que has estado nunca, te va a señalar el trozo de colchoneta que falta en la esquina del fondo, la poca resistencia de la cama elástica o lo malos que hacen los capuccinos, por no hablar del estado de los baños. Por supuesto avisará a su hijo de todos esos peligros: “Cuidado con esas escaleras que no son muy seguras”, “no saltes en el castillo que tiene poco aire”, “no te metas en la piscina de bolas que son todas rojas y te vas a marear” (¿?). Si quieres ir al baño con tranquilidad y tomarte algo sin prejuicios mejor mantente lejos.

El relajado. Es tal su actitud que parece que venga puesto con el local, todos los empleados se saben su nombre, y él sabe los suyos. Es el primero en llegar y el último en irse, parece que no tenga otra cosa que hacer que estar allí sentado con su cortado y aprovechando la conexión wifi del local. Normalmente es el niño el que va a buscarlo para irse ya a casa. Es habitual que coincida con el Desaparecido de tanto que se mimetiza con el espacio.

El prisas. Está queriéndose ir nada más llegar, “media hora y nos vamos” es lo primero que le dice al crío cuando llegan al parque. El movimiento permanente de la pierna, ese rictus en la boca de “con todo lo que tengo que hacer”, ese saltar de tanto en tanto suspirando y mirando el reloj compulsivamente. El café, de un trago. Conversación, solo para decir todo lo que podría estar haciendo en lugar de estar ahí. Y cuando pasa la media hora y se lleva al niño gritando y llorando solo oyes decir: “Te lo advertí nada más llegar, a la próxima no vengo”.

Pues hasta aquí mi repaso de la fauna y flora que poblamos los parques de bolas. ¿Qué os parece? ¿Os identificáis con alguno? ¿A cuál añadiríais? Espero vuestros comentarios.

 

 

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